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del lugar; las medidas como el uso del cubrebocas y el frecuente lavado de manos con la aplicación del gel
antibacterial, serían algunas de las principales herramientas a usar en lo que se denominó nueva normalidad.
Se suspendieron todo tipo de actividades no esenciales. Las plazas comerciales cerraron, los lugares
concurridos, como cualquier evento que involucrara demasiadas personas, fueron prohibidos, el transporte
tenía que disminuir el número de pasajeros y solo se autorizaron las actividades esenciales como ir a trabajar
y realizar las compras sustanciales (Lasa et al., 2020); cualquiera que saliera de esta característica podría
resultar peligrosa, debido a que la naturaleza del virus estaba siendo apenas revelada.
Las actividades se modificaron, en su mayoría, y se priorizó el cuidado máximo de las personas,
relegándolas al hogar. El distanciamiento físico propició nuevas formas de convivencia en las familias, los
padres e hijos se encontraron los unos a los otros, fuera de los diversos escenarios en los que se desarrollaban
y tocó enfrentar una pandemia desde lo más profundo de la psique y del hogar. Con esto, las problemáticas
laborales, económicas y emocionales se potenciaron en la familia.
El hogar se convirtió en el escenario ideal para frenar los contagios y las personas debían quedarse en
ella, no obstante, diversos estudios concordaron que la cuarentena tuvo un impacto psicológico negativo
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(Liang et al., 2020; Wang et al., 2020, Torales et al., 2020) el cual incrementó la violencia dentro de los hogares,
disparando el aumento de trastornos mentales relacionados con el COVID-19, debido al prolongado
aislamiento social, desempleo, estrés, preocupaciones económicas, estrés laboral, incertidumbre, dolor,
pérdidas y, sobre todo, violencia de pareja e intrafamiliar (Sánchez-Hernández & Canales, 2020).
El Programa “Quédate en Casa”, sostuvo la premisa de que el hogar era el sitio más seguro, acogedor
y un refugio para frenar la propagación del virus, sin tomar en cuenta que en el país se vive otra de las
pandemias más peligrosas dentro del hogar, la violencia de género e intrafamiliar. De acuerdo con Amilcar
(2021) en una colaboración especial en El Economista, sostuvo que esta violencia precedía a la pandemia por
COVID-19 y sobreviviría una vez terminada la catástrofe de salud mundial.
Entre las víctimas principales se encontró que las mujeres experimentaron, en muchos casos, doble
carga laboral, aunado a los distintos tipos de violencia que ya padecían; mientras que los hijos alejados de los
ambientes que podrían otorgar cierta protección, como la escuela, instituciones de asistencia social (Paludo,
et al., 2020) y diversas actividades lúdicas, experimentaron y vivieron de cerca las distintas violencias
cometidas dentro del seno familiar.